Un manuscrito con dibujos de un barómetro animado

12/12/2013
Museo de Pontevedra

Un dibujo de una botella de agua medio llena en cuyo interior se representan sanguijuelas en diferentes posiciones, rodeada de un texto manuscrito explicativo en verso, constituye un curioso método para predecir el tiempo que se conserva en el fondo documental del Museo.

El documento llegó en el mes de marzo de 1943 formando parte de un conjunto de tres hojas sueltas que Francisco Javier Sánchez Cantón envía a Pontevedra con el fin de que José Filgueira evaluara su interés para acrecentar la colección del Museo. Se las había regalado Vicente Castañeda, entonces secretario de la Real Academia de la Historia.

Se trata de un folio, al parecer procedente de Galicia según escribe Sánchez Cantón, en cuyo centro se representa una botella medio llena de agua, que había que cambiar regularmente según la época del año, y una sanguijuela en su interior que va adoptando diferentes posturas. Alrededor de la botella se dispone una composición poética manuscrita, encabezada por una redondilla a título de introducción y nueve cuartetas asonantadas que sirven para explicar la interpretación meteorológica de las posiciones que adopta el animal dentro del recipiente. En el ángulo superior derecho, a lápiz, figura la fecha de 1830, que coincide plenamente con la época en que estuvo en auge el uso de este invertebrado para la predicción de los cambios de tiempo atmosférico, además de la ya muy extendida y antigua aplicación médica por su poder curativo.

La utilización de la sanguijuela como elemento para la predicción meteorológica parece que se remonta ya a finales del siglo XVIII, procedente del mundo anglosajón. En 1842 el naturalista de origen suizo afincado en España Juan Mieg (1779-1859) publicó en el Semanario Pintoresco Español un artículo titulado “Animales metereológicos” sobre la capacidad de algunos animales comunes como la rana, la araña, un tipo de pez (el misgurno) y la sanguijuela para detectar los cambios en la presión atmosférica del ambiente. Estas observaciones “domésticas“ resultaban de gran utilidad para determinados colectivos, como los agricultores o los marinos, que necesitaban saber con antelación la llegada de grandes tormentas. Aunque ya había sido inventado el barómetro por Evangelista Torricelli en el siglo XVII, la tradición y sabiduría popular recurrió a todo tipo de trucos para aventurar los cambios climáticos, sobre todo a base de la observación de animales, plantas y condiciones ambientales.

En el caso del barómetro animado, el Diario de avisos de Madrid del 5 de junio de 1827, promociona la venta de una lámina grabada con las instrucciones en un comercio de la calle Mayor de Madrid, que pocos meses más tarde se trasladaría a la calle Majaderitos. La misma publicación mantiene el anuncio hasta 1831, especificando incluso el precio y modalidades de la lámina; en negro se vendía a un real y la iluminada a dos. También el pintor y escritor José Gutiérrez Solana en su obra La España negra (1920), publica un pasaje costumbrista titulado “La peluquería del 15” donde, al describir el local, hace mención a un frasco con sanguijuelas y una lámina colgada en la pared con las claves para la interpretación del “barómetro viviente fijo y de nueva invención”.

En el artículo ya mencionado del naturalista Juan Mieg se indica que la observación del comportamiento de las sanguijuelas, nadando con ansia hacia la superficie del agua y anunciando de esta forma lluvia, las ha convertido en distintos países en una especie de barómetro vivo. Pero critica el anuncio y la estampa que estaba a la venta en algunas librerías de Madrid en la que se describía el comportamiento de las sanguijuelas. Según dice, se estaba lejos de garantizar en su totalidad los pormenores de las explicaciones. Cuestiona también la calidad del dibujo y las composiciones poéticas de la estampa. Refiriéndose al lenguaje charlatán del anuncio, dice que parece traducido libremente del francés.

De la singularidad de las sanguijuelas también se aprovechó el naturalista e inventor inglés George Merryweather. Tras observar que se revolvían ante la llegada de una tempestad, construyó un aparato conocido como “Pronosticador de tormentas” que presentó en la Sociedad Filosófica de la ciudad de Whitby en 1851 y en la Exposición Universal de Londres del mismo año. El artilugio consistía en doce botes de cristal con agua y una sanguijuela en cada uno a la que se ataba un hilo. Cuando el anélido se movía violentamente, el hilo hacía sonar una campana.

No sabemos si el manuscrito que conserva el Museo de Pontevedra es el original del que partieron las láminas impresas de las que hablamos anteriormente, fue una copia de la época de una de ellas o una interpretación propia de un autor desconocido de las varias que podrían haber circulado.

María Jesús Fortes Alén
José Manuel Castaño García