Notas compostelanas

23/06/2011
Museo de Pontevedra

El 21 de abril de 1211, con asistencia del monarca entonces reinante en León y Galicia, Alfonso IX, y de su hijo, el futuro Fernando III, Pedro Muñiz, arzobispo de la sede, procedió a la consagración, la definitiva, de la magna Catedral de Santiago. Es este el acontecimiento, del que se cumplieron en fechas recientes ochocientos años, que tanta repercusión mediática está teniendo en los últimos tiempos, que tantas y tan importantes iniciativas está propiciando y que, en paralelo, tan erróneamente está siendo interpretado las más de las veces.

En efecto, frente a lo que generalmente se cree, lo que se está conmemorando no es el inicio de una empresa, los ochocientos años de vida de la actual basílica jacobea, como se recoge con machacona insistencia en los medios de comunicación, sino el aniversario, ocho veces secular, de una ceremonia litúrgica, una consagración, con la que, en lo esencial, venían a darse por concluidos los trabajos edificatorios y decorativos de tan espectacular templo. Éste había sido empezado mucho antes, en 1075 exactamente, tal como proclaman con rotundidad los epígrafes de la capilla del Salvador, la central de la girola, transmisores de otra ceremonia de consagración, ésta llevada a cabo por Diego Gelmírez, por entonces todavía obispo, en el año 1105, y que afectó a la totalidad de las capillas emplazadas en la cabecera y también, excepción hecha de la del extremo norte, a las ubicadas en el costado oriental del crucero.

La consagración que en nuestros días tanto ponderamos tiene un alcance muy distinto: supone la culminación de los trabajos de construcción y ornato de la basílica de Santiago, dominados en las décadas previas a esa fastuosa ceremonia por un maestro y una obra: Mateo y el Pórtico de la Gloria. Aquél, documentado por vez primera en Compostela el 23 de febrero de 1168, día en el que Fernando II le concede una importante pensión anual vitalicia por su labor en las obras catedralicias, firmará ostentosamente el 1 de abril de 1188 los dinteles sobre los que se asienta el tímpano ubicado en el tramo central del referido Pórtico de la Gloria. Éste, una de las empresas culminantes de su tiempo en el continente europeo, ofrece hoy, como consecuencia de las reformas sucesivas que sufrió entre los siglos XVI y XVIII, una imagen muy distinta de la inicial, cuando estaba abierto a poniente, no cerrado, haciendo explícita esa conformación el pensamiento apocalíptico que fundamentaba no sólo su programa iconográfico, sino también el de la totalidad del complejo arquitectónico, el macizo occidental, en el que se insertaba.

De las parcelas remodeladas durante la Edad Moderna se conservan, tanto en el recinto catedralicio como en otros lugares de la ciudad y de fuera, numerosas piezas, entre ellas siete esculturas que en origen flanqueaban las puertas de acceso al Pórtico propiamente dicho desde el exterior del templo. Dos de esas obras, representación de Profetas de muy difícil identificación (se han propuesto para ellas nombres diversos), se exhiben desde 1957 en la planta baja del Edificio García Flórez del Museo. Fueron adquiridas a los Condes de Gimonde el 29 de diciembre del año anterior, 1956. La proximidad de sus formas a las que muestran las estatuas-columna que pueblan el Pórtico de la Gloria permite atribuir su ejecución al mismo taller que ahí trabajó a las órdenes de Mateo y, a la vez, datarlas en una fecha inmediata a la que figura, según ya se dijo, en los dinteles de su tímpano: 1 de abril de 1188.

José Carlos Valle Pérez

Director del Museo de Pontevedra